Para ser un buen líder hay que ser buena persona


Ramón Oliver. El tópico de hoy viene a colación de una entrevista realizada por el periodista de La Vanguardia, Lluis Amiguet, al neurocientífico norteamericano Howard Gardner. La entrevista tiene ya un par de años, pero uno de esos giros caprichosos de las redes sociales la devolvió recientemente a la actualidad.

Su inquietante titulo, “Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional”, corrió como la pólvora en un hilo de LinkedIn hace un par de meses. En honor a la verdad, si uno lee la entrevista completa se da cuenta de que lo que dice el padre de la teoría de las inteligencias múltiples es que una mala persona no puede alcanzar la excelencia en su trabajo, ya que, a su entender, le falta un componente esencial para ello: ética. Pero, sobre que pueda o no triunfar en su profesión, sea lo que sea lo que entendamos por “triunfar”, Gardner, en realidad, no se moja.

El daño estaba hecho, y no fueron pocos los que se agarraron al ambiguo titular para hacer en aquel hilo apología de la bonhomía como la mejor garantía de éxito laboral. No fui, desde luego, el único al que se le pusieron los pelos como escarpias ante semejante teoría (el hilo de LInkedin echaba humo). Porque -y lejos, desde luego, de pretender enmendarle la plana a todo un Gardner- todos conocemos algún ejemplo real que se encarga de refutarla. De refutarla sin paliativos.

Que levante la mano quién no se haya tropezado alguna vez en su devenir laboral con algún jefe, colega o cliente que se lo comiera todo a nivel profesional a pesar de ser poco menos que un delegado de Satanás en la Tierra. Nos gusta pensar que hay una suerte de justicia divina que se encarga de dar equilibrio a las cosas, que la bondad, la empatía y la generosidad acaban derrotando a la mezquindad, el egoísmo y la mala baba… Pero eso solo pasa en las películas de Will Smith.

Líderes tiranos

Y menos mal. Porque de cumplirse esa norma nos habríamos perdido a un montón de tiranos geniales. Desde Picasso hasta Stanley Kubrick, pasando por, como señalaba Alberto Iglesias Fraga en elmundo.es, el CEO de Uber, Travis Kalanick, hay incontables ejemplos de grandes triunfadores que no se caracterizaban precisamente por su amabilidad o por la calidad del trato que dispensaban a sus colaboradores.

Uno de los más conocidos por la combinación talento/mal café fue el citado hasta la saciedad -y este post no será una excepción- Steve Jobs. Es de dominio público que el desaparecido cofundador de Apple tenía una acusada vena despótica, un defecto que quedaba enmascarado bajo el resplandor de su pasmosa capacidad para la innovación.

En los negocios Jobs era un crack, y se las ingeniaba para ir tres pasos por delante del mercado en todo cuanto salía de su cabeza. Sin embargo, él no podía hacerlo todo solo. Necesitaba a un gran equipo detrás que materializara todas aquellas ideas revolucionarias… y, de paso, que le soportara.

¿Vale la pena aguantar carros y carretas, malos modos y clases magistrales de arrogancia de un señor o señora tan brillante como maleducado?

 La pregunta es: ¿vale la pena aguantar carros y carretas, malos modos y clases magistrales de arrogancia de un señor o señora tan brillante como maleducado?

Según el experto en neurociencia, Carlos Herrero, a muchas personas sí les vale la pena. Y tiene una explicación científica para ello. Sostiene este especialista que, pese a que el discurso oficial insiste en que el principal objetivo del individuo en el trabajo es la autorrealización y la búsqueda de la felicidad, nuestro cerebro no comparte este orden de prioridades.

Nuestro cerebro antepone la supervivencia a la felicidad, y esa supervivencia solo la garantizan líderes que, como Steve Jobs, Bill Gates o Mark Zuckerberg, quizá no sean los más simpáticos del mundo, pero sí atesoran tal capacidad para influir en su entorno que, de algún modo, están en disposición de garantizar los ingresos del presente y del futuro a quienes se mantengan próximos a su estela.

Hablando de capacidades, en la misma línea, otra popular teoría afirma que solo quienes tienen verdadero talento -y nadie discute el de los anteriormente citados- llegan hasta la cima y que los mediocres se quedan por el camino. Pero eso daría por si solo para un libro.

Ramon Oliver RRHHpress

Ramón Oliver
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