Cómo la pandemia nos ha ayudado a normalizar la medición

Cuando se acaban de cumplir tres años del inicio de la pandemia de la covid-19, es inevitable -y recomendable- echar la vista atrás y tratar de extraer, si no conclusiones positivas (resulta muy difícil hablar de cosas ‘positivas’ -aunque las hubo- en un contexto de una emergencia sanitaria del calado de la del coronavirus), sí enseñanzas que llevarnos para el futuro.

En el ámbito de la empresa, esas lecciones que nos dejó la pandemia son muchas, y están relacionadas casi todas ellas con lo que podríamos llamar una revolución de los entornos laborales y de los modos de relación entre los profesionales.

De una de esas enseñanzas que aprendieron las empresas de todos los tamaños y sectores durante aquellos largos meses de pandemia ya se ha hablado largo y tendido. Y esta enseñanza no es otra que la constatación de que el teletrabajo no era, como muchos creían, esa entelequia utópica y llena de complicaciones logísticas y organizativas que únicamente podían permitirse los Google, Amazon o Microsoft de turno, sino que, por el contrario, estaba al alcance de la mano y del presupuesto de casi cualquier organización gracias a la revolución tecnológica que ya llevaba unos años en marcha.

El siguiente descubrimiento que hicieron las compañías fue todavía más sorprendente. El teletrabajo no solo era factible y asequible, sino que también era eficiente. Los miedos de muchos, que pronosticaron dramáticas caídas de productividad en sus empresas por el hecho de tener a sus empleados trabajando desde sus casas, quedaron muy pronto desmentidos en cuanto se pusieron a medir el rendimiento de esa plantilla deslocalizada.

Y esto nos lleva a la tercera gran enseñanza derivada del confinamiento: la necesidad de normalizar las mediciones en el seno de las empresas. Y es que, con una gran parte de los equipos fuera de las oficinas, la única forma que los mandos tenían para saber si se estaban cumpliendo los objetivos, tanto grupales como individuales, era a través de métricas rigurosas y mediciones sistemáticas de los tiempos de trabajo y de sus resultados.

Es ahí donde entraron en juego aplicaciones de medición de la productividad o registro horario que permitían saber en tiempo real cuánto tiempo dedicaba un trabajador a cada tarea y con qué efectos. Una información que resulta fundamental de cara a identificar carencias, distribuir mejor los equipos, introducir mejoras y dotar a los distintos proyectos de los recursos adecuados.

Ahora bien, no se trató de un proceso sencillo de articular, porque, en general, los seres humanos somos reacios a los cambios. Y en aquellas empresas -por desgracia, la mayoría- en las que no existía una cultura previa de medición, el rechazo a empezar a ponerle números al desempeño de las personas y al avance de los proyectos fue la tónica generalizada.

Podría decirse que la pandemia ejerció como factor acelerador de ese proceso y que, involuntariamente, ayudó a suavizar el cambio de modelo. Al fin y al cabo, medir era la única manera de asegurar una cierta cohesión y continuidad de la actividad laboral y empresarial en un momento en el que todos necesitaban esa sensación de continuidad. Y no únicamente por una mera cuestión de necesidad de seguir generando ingresos, sino por pura salud mental y emocional de los profesionales.

Pero, a medida que se familiarizaban con esa rutina de la medición, los propios trabajadores dejaron de verla como una mera medida de control que les imponía su empresa y empezaron a usarla en su propio beneficio. Y es que aplicaciones como EffiWork no solo son de utilidad para la organización en su conjunto, sino también para cada uno de sus miembros a nivel individual.

Gracias a ellas, un profesional puede analizar con objetividad y perspectiva su propio desempeño, comparar situaciones y extraer valiosas conclusiones que le carguen de razón a la hora de justificar un resultado o solicitar ayuda o más recursos a sus jefes. Un grado de autoconocimiento que redunda, además, en mayor autonomía y capacidad resolutiva en su trabajo.

Siempre digo que lo que no se mide no se puede mejorar. Y ahora, gracias a la tecnología y a ese empujón que, sin querer, ha dado la pandemia a la cultura de la medición, hay una oportunidad enorme para que las empresas y los trabajadores den un salto de calidad exponencial en esa búsqueda de la mejora continua.

Joan Pons, CEO de WorkMeter

Joan Pons

 

 

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