
La crisis de aquí no es culpa del gobierno actual, que, en todo caso, tendrá parte de la responsabilidad compartida con los gobiernos anteriores, tanto socialistas como populares, pero sí es responsable de su tardía y mala gestión.
A excepción de la puesta en marcha de medidas poco útiles, como el Plan E y el nuevo Fondo Estatal para el Empleo y la Sostenibilidad Local, que vuelven a incidir en algunos de los ya conocidos problemas del mercado laboral y modelo productivo españoles –empleo temporal y precario, sectores de actividad de escaso potencial y burbujas económicas con altas posibilidades de explosión-, la inacción del Ejecutivo ha puesto de manifiesto su nula capacidad gestora y su ‘dejarse llevar’ por los efectos de una primera legislatura en la que todavía quedaban restos de una cierta bonanza económica.
Ahora, como cuando se empezó a reconocer la existencia de la crisis después de haberla negado hasta la saciedad, parece que empieza también a vislumbrarse la posibilidad de una –muy necesaria- reforma laboral, negada hasta hace muy poco por Gobierno y sindicatos por, simplemente, plantearse un posible ‘abaratamiento’ del despido.
Aunque es un avance que, por lo menos, se haya reconocido la posibilidad de abordar, con matices –y muchos-, una reforma laboral, se siguen tomando las cosas con mucha calma, unos y otros, como si nadie se diera cuenta de que el tiempo pasa muy rápido para todos aquellos integrantes de las listas del INEM, y para todos aquellos que, estando en el paro, ni siquiera se han dado de alta en dicho organismo, sin contar con los miles que perderán su empleo en los próximos meses o cerrarán sus empresas.
Desgraciadamente, los que tendrán que ponerse a negociar esa posible reforma laboral no son otros que un Gobierno más preocupado de mejorar su imagen y remontar posiciones en las encuestas de opinión, unos sindicatos capaces de decir una cosa y la contraria en menos de veinticuatro horas –sobre si lo primero es recuperar el empleo para que mejore la actividad económica o viceversa- y una patronal que no ha sabido –o no la han dejado- transmitir que la reforma del mercado de trabajo que necesita el país no es la que permanentemente y demagógicamente han negado Gobierno y centrales sindicales.
El tiempo apremia, y a los potencialmente beneficiados de una reforma laboral en condiciones se les están acabando los recursos y la paciencia.