La pandemia ha generado muchas y diversas consecuencias laborales, y una de las principales es que empleados todo el mundo están teniendo problemas de cobro.
Además, el número de horas extra trabajadas no remuneradas se ha convertido en una nueva “normalidad”, aumentando, de media, de 6 a 7 a la semana.
En mayo de 2020 los empleados españoles trabajaron una media de 5,11 horas a la semana gratis, lo que supuso un incremento respecto a las 4,6 horas a la semana registradas en enero.
Estas son solo algunas de las conclusiones de Workforce View 2020, el nuevo informe de ADP Research Institute, para el que se ha entrevistado a más de 11.000 trabajadores en todo el mundo con el objetivo de conocer el impacto que ha tenido el virus en sus perspectivas sobre su situación laboral y sus expectativas para el futuro del lugar de trabajo.
Parece obvio que, cuando le vemos las orejas al lobo, en materia laboral, todos estamos dispuestos a ceder en nuestras condiciones para no perder el trabajo. El maldito dicho “poco es mejor que nada” nos persigue, y aunque no nos guste reconocerlo, a veces es mejor agarrarse a un clavo ardiendo -eso sí, sin perder ni un solo derecho laboral-.
Que viene el lobo
La cultura de las largas jornadas laborales ha sido la tónica general, “calentar la silla” y “aparentar” eran un must, pero ahora, debido al coronavirus, los trabajadores están dando a los empleadores aún más mano de obra gratuita.
Y si analizamos el por qué, nos salen varios motivos: la preocupación de perder el empleo, que provoca que el trabajador invierta más horas para mostrar su valía, el trabajar fuera del horario habitual por la sobrecarga de trabajo en algunas empresas, el teletrabajo, la imposibilidad de cerrar el portátil…
Sea cual sea la causa, los empleadores deben analizar si esto está representando realmente una mejora de la productividad, a la vez que deberían vigilar con detalle los niveles de estrés y la satisfacción laboral de sus plantillas.
Por eso no nos sorprende que empleados de cualquier parte del mundo valoren distintas alternativas para conservar su puesto de trabajo.
Por ejemplo, el 32 % de los empleados de España aceptaría un recorte salarial para conservar su puesto de trabajo debido a la crisis sanitaria. Y a nivel mundial, si esto supusiera la conservación de los puestos de trabajo, casi dos de cada cinco encuestados (38 %) aceptarían una reducción, siendo un 10 % o menos el recorte que estarían dispuestos a asumir.
Entre otras opciones destaca también la de aplazar el pago: uno de cada tres (32 %) lo considera una medida adecuada para salvar su empleo. Sin embargo, existe una resistencia significativa a tal acción, con un tercio de los encuestados que defiende que ni los recortes ni los aplazamientos salariales serían aceptables, incluso si con ello se consiguiera que no hubiera despidos.
No sabemos cuál es la solución ideal, o si existe, pero no olvidemos que si los empleadores buscan reducir costes para reforzar la viabilidad comercial, y salvar tantos trabajos como sea posible, podrían exigir aún mayores sacrificios en el salario a algunos trabajadores.
Moraleja
El escenario no es fácil ni alentador. Tanto empleados como empleadores deben pensar bien qué hacer, qué esperar y qué exigir.
Incluso si algunos trabajadores aceptaran hacer sacrificios como medida temporal o como último recurso, los empleadores deben estar preparados para aceptar un retroceso en sus cuentas.
Las medidas para reducir o retrasar el pago tendrían un impacto negativo en los trabajadores, por lo que los empleadores deben sopesar qué decisiones tomar y cómo justificarlas.
Como siempre, lo importante para garantizar el buen funcionamiento de la empresa es trabajar en la motivación de los empleados con el objetivo de mantener su confianza. Y así, aunque venga el lobo laboral, no será tan feroz.